Aún recuerdo la sensación que me recorría por el cuerpo cuando pisé por primera vez Ubud. Llevaba unos días en la isla de Bali y todo lo que había vista hasta ese momento me estaba encantando. Las costumbres de los balineses, la temperatura, su arquitectura, las vestimentas y hasta el caos en el que se desenvuelven me llenaba de emoción. Quizás tuvo que ver el frío de Australia, desde donde venía, o el gran cambio cultural que estaba viviendo, pero me sentía en el paraíso.
Me pareció muy fácil adaptarme a su forma de vida, y todo lo que visitaba e incluso comía me parecía placentero. Tal fue la sensación de bienestar que obtuve, que decidí quedarme unas dos semanas en un pequeño hostal de Ubud. Quería detener el tiempo y así disfrutar mejor la experiencia.
Hice clases de yoga, tome los mejores desayunos en las cafeterías más coquetas de la ciudad, comí platos de comida tradicional a precios irrisorios, pasee por campos de arrozales, vi espectáculos de bailarinas hipnotizantes, compré en sus mercados artesanales y disfrute de lo mejor de Bali, la sonrisa de los balineses. Con qué dulzura y amabilidad me trataron!
Ojalá, si algún día tienes la oportunidad de visitar Ubud, tengas la misma o mejor experiencia que tuve yo. Ahora está altamente masificado y, a veces, con las prisas y las ganas de querer verlo todo en tan poco tiempo, no te deja disfrutar de esa parte relajada y romántica de Ubud.
Mi consejo: pon el freno, descansa, observa y déjate mimar. Los balineses tienen un don de gentes espectacular y si te dejas llevar la experiencia será inolvidable.
En mi blog encontrarás toda la información sobre qué ver en Ubud (guia completa), y mi experiencia en Bali y las islas Gili.
Artículo escrito por Nos vamos de rutica